Sabemos que no son todos iguales.
Pero en el fondo
sabemos que son todos iguales.
Que no importa
si la cuestión es la forma
o el color del contenido,
si al final el libre albedrío
no depende de uno.
¿Y entonces?
Suspender la incredulidad.
Elegir el mal menor
para poder dormir sin culpa
o creerse la responsabilidad.
Algo debe haber
en algún lado
que nos nubla la vista
y nos oxida la pericia.
Con tanta conspiración dando vuelta
y tanta bofetada cierta
cuando se sale buscar el día,
con pesada liviandad, así
se nos exige compromiso.
¿Y en qué lugar queda aquél,
el que no termina de creer,
al que no le termina de cuajar?
Bajar la mirada, engullir el desprecio.
O salir a gritar en la noche de los sordos.
¿Alguien se ha puesto a pensar
en el desvalido?
El que anda falto de estrategias
cuando hay que arreglar desastres.
El que no sabe qué echar a la urna
o el que se niega a agregar más ceniza.
Aquél que sospecha
el engaño y acomete
contra su propia vida electoral.
¿Es digna acción del ánimo
sincerarse consigo mismo
para poder andar
más o menos limpio,
con algo de paz?
A ése le queda
la atrevida resistencia.
Contra la fortuna injusta,
contra la calamidad
Dormir o soñar.
Esa es la cuestión.