lunes, 25 de mayo de 2020

Río siempre

                             a Sofi

en un río de montaña 
tirábamos piedras al agua 
y pedíamos deseos

yo tratando de frenar al sol 
viendo a la tarde escabullirse 
entre los dedos nevados allá lejos

ella con la responsabilidad 
de sus seis años 
ayudando al mundo a ponerse bello 
 
hacía calor 
hacía un tiempo de maravillas pequeñas
fluyendo río arriba 
hacia los brazos más grandes que pudieran
sostener la infancia 

caminábamos sobre las piedras 
tomados de la mano 
resbalábamos de cuando en cuando 
y sentíamos al río 
escapar de nuestros pies 
hacia el futuro 

yo sabía de lo fugaz del tiempo 
el río, la montaña sabían 
ella no
 
ella era una piedrita más
pero de esas lindas 
con formas y colores raros
que a veces uno se guarda 
por si acaso 





Confesión

Es que iba 
con las manos ocupadas, señor juez, una 
sosteniendo una bolsa 
con un libro adentro que había comprado 
hacía instantes,
la otra en el bolsillo 
por esas cuestiones del tiempo. 
Había sol esa tarde 
y en la parada del colectivo unas dos personas. 

De súbito la vi, era de esas anaranjadas 
con manchas negras, 
de las comunes, vio, 
justo cuando giré 
para abrir la mochila, 
no recuerdo con qué objeto. 
Era de esas comunes, como le dije, 
aunque en éstos días parece 
tan poco común ver en la ciudad 
mariposas y otros seres mitológicos.
¿Cuánto hace que Ud. 
no ve una luciérnaga, por ejemplo? 

Entiendame, señor juez, la vida 
es urgencia últimamente. 
El ojo aletargado ya no reposa en la maravilla, 
olvidó el color del cielo, 
la textura de las sombras. 

En fin, que estaba por abrir la mochila y ella ahí posada, inmóvil. 
Destiné un minuto a evaluar la situación. 
¿Por qué allí? ¿Descansaba? 
¿Cuánto hacía que venía conmigo? 
Busqué alguna mirada cómplice, 
en mis compañeros de fila, 
en algún transeúnte, alguien que me dijera 
“qué linda mascota la que sacaste a pasear", pero 
todos en sus urgencias, sus sueños, 
sus cosas importantes.
Vea, ni siquiera atiné 
a agarrarla de las alas, 
como hacían los niños de antaño, 
ni a asustarme, como hacen 
los de ahora ante lo desconocido. 

La verdad es que quise 
que me acompañara un rato. 
No adoptarla, llevármela a casa, 
aunque no hubiera estado mal, 
porque sé que viven poco, 
me han contado. 

Ahora bien, Ud. correctamente pensará 
que el primer impulso que tuve,
fue hacer lo que todo
respetuoso de las actuales leyes haría. 
Es decir, tomar una foto y compartirla 
en la red social. 
Y no lo niego. Fue exactamente eso 
lo que pensé hacer. 
Pero no pude. 
Se adueñó de mí un mundano egoísmo. 
Sabía que con mi actitud 
me ganaría el desprecio 
de la comunidad, que sería sometido 
a juicio, a escarnio, 
y sin embargo decidí privar 
a la sociedad de tal momento de ternura.

Me declaro culpable, señor juez, 
de no cumplir con mi deber, 
de no cumplir con la coherencia 
del ciudadano adaptado. 
Soy conciente del daño cometido, 
de haber herido integridades 
y alterado el orden público. 

Es por eso que me pongo 
a su entera disposición. 
Que sea justicia
poética, le pido, 
señor juez. 

Kafka

Solía ir con un libro de Kafka 
bajo el brazo 
intentando impresionar 
a los que aún andaban vivos 
por la calle 

esperaba que alguno viniera 
espantándose las moscas 
a felicitarme por tamaña gesta 

no cualquiera va por la calle 
con un libro de Kafka 

recuerdo lo que intentaba hacer quizá 
era replicar aquel momento de mis veinte 
almorzando en la vereda de overol 
y una edición barata de Edipo Rey 
otro obrero que pasaba ya encanecido
felicitaba mi juvenil atrevimiento 
y yo me sentía el rey 
de los obreros lectores 

lo cierto es que leí poco a Kafka 
pero ese libro tenía en la tapa su nombre
en letras grandes y yo 
buscaba alguien vivo que se acercara 
a espantarme las angustias 

quizá elegí mal el autor