domingo, 1 de marzo de 2020

Club de barrio

En la clase de danza 
de mi hija
en un club de barrio 

no es un salón de
Primera Clase, 
más bien el lugar 
donde se despunta el vicio 
cultural de la plebe 

paredes con pintura 
marrón descascarada 
humedad y parches de cemento 
el sol que invade 
por el vidrio sucio 
de una ventana rota. 
Aquí no abunda el silencio.
Por eso se suspende 
la improbable hazaña 
de aguzar el oído. 
Campanadas de tazas, cubiertos
ventiladores zumbando
música estridente 
y tintineo de voces 
de todos los aromas
y colores. 

No hay lugar para la
postura acartonada. 
Aquí se encuentran 
en su esplendor 
los despojamientos más sinceros,
las iluminaciones de la calle.

Vuelan, mariposas, hasta el tinglado
las risas de unas niñas
que hacen de ellas
lo único que importa.

Y uno que piensa 
que ya está grande 
para el desenfreno juvenil 
agradece 
semejante aturdimiento 
y convida una mariposa 
pequeña, no más que una mueca
para adornar este ruidoso jardín 
que trae serenidad. 

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